Vivimos en un universo poblado por millones de marcas: corporativas, comerciales, institucionales, políticas, religiosas, unipersonales, deportivas… Estas marcas son como planetas que navegan por un cosmos prácticamente ilimitado porque al más conocido y terrenal hay que añadir ya y para siempre ese universo paralelo e intangible que, en sí mismo, es otra super marca: Internet.
Hay millones de Planetas Marca pero el más importante, el auténtico planeta-marca rocoso, sólido, fértil y habitable es aquél que se conforma, nace, desde la iniciativa emprendedora, profesional, entusiasta y honrada. Es decir, no todas pero sí la mayoría de las empresas privadas, independientemente de su tamaño o facturación.
Todas estas empresas (planetas-marca) ofrecen productos y/o servicios de innumerable variedad. Y, a pesar de que muchos alcanzan altas cotas de calidad, originalidad y competitividad, son todos, lamentablemente, imitables e imitados. Por otra parte, su caducidad en el tiempo es, también, casi inevitable.
Sin embargo, la marca o marcas que amparan esos productos son solo falsificables; sin excusas. Una marca fuerte es capaz de pervivir en el tiempo y espacio mental de las personas durante siglos y su poder y capacidad de persuasión es prácticamente ilimitado; si se gestiona bien.
Orgulloso de su “linaje-marca”, Lord Spencer, hermano de Lady Di (en sí misma una marca), decía hace días que cuando la actual monarquía Windsor (otra marca potentísima) no era nada en la historia de Inglaterra, los Spencer ya estaban en lo más alto del escalafón (del ranking de conocimiento y valoración de marca). En ambos casos, Windsor y Spencer, los nombres privados han dado vida a empresas-planetas marca poderosísimos.
Sin llegar al extremo anterior, los ejemplos del poder de la marca son inacabables: Pepsi batía a Coca-Cola en pruebas ciegas de sabor a 4 grados (el punto ideal para estos refrescos). Sin embargo era derrotada casi siempre cuando la prueba no era ciega. Nadie negará que Apple perdería una parte importantísima de su valor en bolsa (o no bolsa) si vendiera su marca a la competencia. O Repsol, o BMW, o Procter&Gamble… ¡Antes subastarían una patente que su nombre! ¿Quién sería el loco de recomendar semejante maniobra? Nadie lo entendería.
Pero no nos olvidemos de otras marcas ya más poderosas que sus propietarios humanos: El Bulli (Adriá), Arzak… O Ramón Bilbao, Osborne, Domecq, Terry, Codorniu…
Ninguna de las empresas citadas sería ya nadie ni nada sin su marca bandera. Y mientras que los productos no podrían sobrevivir sin la protección de su marca, la marca sí sería capaz de dar vida a otros productos.
He ahí una rotunda demostración de su enorme valor.
Ignacio Ochoa
Consejero en Branward®
Autor del libro “Planeta Marca”
Fotos: Shutterstock