Sumergidos en una crisis, la inestabilidad genera una ansiedad que parece solo potenciar una situación ya extremadamente difícil, que dificulta una visión más allá de la realidad del momento vivido. Las investigaciones han demostrado que, en momentos como este, a la mente le resulta muy fácil quedar atrapada en pensamientos obsesivos y atascarse en ese punto. Los miedos dificultan enormemente la visión de un panorama general y de las posibilidades positivas que se esconden tras el velo del temor.

La forma de superarlo es fortalecer nuestra resistencia mental a través de la resiliencia. Los psicólogos definen la resiliencia como el proceso de adaptarse bien ante la adversidad, las tragedias, las amenazas o las fuentes importantes de estrés. En la medida en que la capacidad de superación implica una forma distinta de abordar las contrariedades, se trata de una forma de pensamiento lateral que puede implicar un profundo crecimiento personal.

La resiliencia es también necesaria para los negocios, entendida entonces como la habilidad que tiene una organización para adaptarse rápidamente a las interrupciones, manteniendo al mismo tiempo sus operaciones comerciales y protegiendo a las personas, los activos y el equity de la marca. Esta capacidad de recuperación de las empresas va un paso más allá de la recuperación de la crisis, e implica pensar en estrategias posteriores a esta situación para paliar los costes de períodos de disminución de actividad, apuntalar las vulnerabilidades y mantener el ritmo comercial frente a problemas adicionales e inesperados.

Un desafío a menudo pasado por alto en la planificación de la capacidad de recuperación de las empresas es el elemento humano, por lo que las personas que se encuentran en una situación caótica deberán estar preparadas y educadas sobre cómo responder en consecuencia.  Aspecto que a menudo ha quedado relegado a situaciones reactivas más que proactivas. Esto sucede porque nuestra sociedad enfatiza principalmente el desarrollo de habilidades de pensamiento lógico, relegando el desarrollo de nuestras habilidades de pensamiento lateral.

El pensamiento tradicional es vertical, avanza paso a paso hacia una conclusión lógica basada en los datos disponibles, en los aprendizajes previos. El pensamiento lateral, sin embargo, es horizontal, poniendo el énfasis en la generación de nuevas ideas, mientras que se desestima el énfasis en los detalles de cómo esas ideas podrían ser implementadas. Tanto el pensamiento vertical como el lateral son complementarios: Sin el pensamiento lateral, el pensamiento vertical sería demasiado estrecho de miras; sin el pensamiento vertical, el pensamiento lateral produciría muchas soluciones posibles, pero ningún plan para ponerlas en práctica.

El psicólogo Edward de Bono, que desarrolló el concepto de pensamiento lateral, argumentó que el cerebro piensa en dos etapas: La primera es una etapa de percepción, en la que el cerebro crea su propia realidad de una determinada manera, identificando unas pautas particulares. La segunda etapa utiliza esas pautas, esa forma particular de ver el entorno, y se basa en ellas para llegar a una conclusión determinada. No importa lo efectivos que seamos en el pensamiento vertical de la segunda etapa, un mejor pensamiento vertical nunca podrá corregir los errores que han surgido en la primera etapa. Para percibir y comprender con mayor precisión los patrones de nuestro entorno, debemos desarrollar nuestras habilidades de pensamiento lateral.

Os sugiero 3 principios básicos para abrirse al pensamiento lateral:

  1. Analiza el problema de fuera hacia adentro.
  2. Abre tus conexiones para contemplar otras posibilidades.
  3. Alinea aquello que importa: propósito y beneficio

Partiendo de la base de que el futuro ya es el presente y que ninguna situación de crisis dura eternamente, cómo enfrentarse a él requiere de una forma de pensar diferente.

 

Carlos Puig Falcó

CEO de Branward

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